Esto
tiene veneno. ¿Cómo lo sabe, sargento? Mete, como yo, el dedo en el
vaso y prueba, ya verás cómo te empieza a arder la lengua, luego el
esófago y al final parece que el estómago te va a reventar. Sánchez
se quedó de piedra. Se fijó en el cadáver del mayordomo tendido en
la cama, con los labios ennegrecidos, encogido sobre su vientre, y
luego miró con ojos turbios a su superior que estaba ya a punto de
explotar de risa. ¡Joder, sargento, qué susto me ha dado! Para
hacer una buena instrucción del caso, hay que empezar relajado,
Sánchez, le queda mucho por aprender.
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