30 jul 2018

El almendro que mece el viento

Se cuenta que había una vez un almendro que vivía en un lugar poco adecuado. Todos los lugareños sabían que los sitios soleados y secos eran los más indicados para ello, pero nuestro árbol, estaba situado muy a su pesar en un colina donde todos los vientos azotaban sin piedad. El caso es que siempre creció hermoso, pero apenas daba flores en marzo, pocas se transformaban en fruto en abril y nunca maduraban a tiempo. Es decir, aunque su belleza resultaba evidente, no producía nada. Y surgió un debate en la aldea que llegó hasta el Consejo de Ancianos. Se les plateó su mantenimiento o su tala. Los partidarios de lo práctico pidieron convertirlo en leña para alimentar las chimeneas en invierno y los amantes de lo bello propusieron mantenerlo en su lugar, pues su porte altanero y su grácil balanceo alegraban la vista y, decían, daba ganas de vivir. Es inútil, improductivo, estéril, inservible, sobrante y superfluo, argumentaban los unos; falso, contratacaban los otros, provoca alegría, euforia, optimismo, ilusión, quietud, paz... Así estuvieron días y noches, hasta que pidió la voz el anciano más tullido de la aldea. Ya veis, dijo, yo no valgo para mucho, soy una carga y un estorbo; tampoco entusiasmo a nadie y le alegro el vivir, así que, según vuestros argumentos, sobro por todos los lados. Pero, aquí hizo una pausa y continuó, pero..., ¡tengo ganas de vivir como el que más! ¿Por qué no le pedís la opinión al almendro? Aún pervive.
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