Cuentan
las crónicas que uno de los últimos negreros que actuó en el
Caribe era Julián de Zulueta y Amondo, afincado en La Habana y que
fue empresario de éxito y político de largo recorrido. Cuentan las
crónicas, repito, que este esclavista tardío basó gran parte de su
fortuna, allá por la mitad del S. XIX, en el tráfico de humanos,
dicho así, de forma rápida y en una frase que no admite doble
interpretación. El caso es que este hombre moderno y progresista
para su época, según se contaba, era capaz de mandar construir en
Baltimore los mejores barcos de vapor del momento para cargar la
mercancía en la desembocadura del río Congo y emprender la travesía
a las Américas en las mejores condiciones. Pero eso sí, como era un
hombre de su tiempo, hacía que un médico, vacunara la mercancía
según pisaba la cubierta y que, como era buen cristiano, hacía que
un cura les bautizara en la misma pasarela. Estupor y vergüenza.
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