25 jun 2018

Hoy no, decía.

Aquella mañana se levantó con la clara conciencia de ser un desgraciado. Ni el sueño le había quitado la certeza con la que se acostó. Abrió la ventana de su habitación y miró al precipicio. Imaginó la caída en el vacio, los instantes de incertidumbre, el estruendo del golpe final y, por fin, la nada. No se atrevió, era un cobarde. Seguiría otro día más siendo el hombre más infeliz del mundo.
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