Aquella
mañana se levantó con la clara conciencia de ser un desgraciado. Ni
el sueño le había quitado la certeza con la que se acostó. Abrió
la ventana de su habitación y miró al precipicio. Imaginó la caída
en el vacio, los instantes de incertidumbre, el estruendo del golpe
final y, por fin, la nada. No se atrevió, era un cobarde. Seguiría
otro día más siendo el hombre más infeliz del mundo.
_____ o _____
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