1 ene 2018

Intrahistoria

Visitaba yo una afamada bodega donde se elaboran caldos muy celebrados. Desde 1916 producimos vino, decía el guía, es decir, somos ya 5 generaciones seguidas acumulando sabiduría y éxito. El iniciador fue nuestro bisabuelo, Jordi Garamunt, añadía seguidamente, que plantó en sus tierras las primeras cepas de Garnacha y Malvasía; sus descendientes hemos mantenido su legado y hoy, aquí, se comercializan 350.000 botellas de crianza, reserva y gran reserva con la marca Garamunt vi negre. Nuestro bisabuelo fue un precursor, explicaba, él repobló nuestros montes con los primeros robles franceses de la comarca, él construyó sus primeros toneles con esta madera y él mimó los caldos en su interior, de forma que nuestra marca es reconocida en todo el mundo por su excelencia, en sabor, color y aroma. Podrán comprobar todo lo que digo en la degustación al final de la visita. Estas explicaciones, y otras más prolijas, finalizaron en la sala de catas donde en 4 copas diferentes saboreamos caldos que anunciaron como varietales y monovarietales, según la preponderancia o mezclas de cepas. A mí, bebedor aficionado y desconocedor de la habilidades de un sumiller, todos me parecieron buenos. ¿Notan el aroma de este reserva? ¿Perciben los compuestos fenólicos que aporta la madera? A todo dije que sí, que yo mismo sólamente estaba concentrado en aquel vino prodigioso que empapaba de aroma mi nariz, que saboreaba apretando la lengua contra el paladar sintiéndolo dulce en la punta, ácido en los costados y amargo en la parte posterior. Me dijeron que esto era por el tanino. Cerré los ojos y dejé que fluyera por mi garganta. El guía sonrió cuando los abrí y dije en voz alta algo así como que su bisabuelo había hecho un gran trabajo. Él me señaló una gran foto donde posaba un hombre con bigote y sombrero. Dele las gracias a él. Y me fui muy ufano de la bodega. En el exterior me topé con un anciano que paseaba apoyándose en un bastón. Un tanto espoleado por el alcohol entablé conversación. Buen vino tienen en este pueblo. Cierto, me contestó. Un gran hombre el señor Garamunt, añadí. Un negrero, eso es lo que fue, me contestó, que nos daba un jornal de miseria. ¿Sí? Nos pagaba con fichas para que compráramos género y comida en su economato, en las viviendas vivíamos hacinados, en navidad nos regalaba un saco de lentejas y nos cobraba el agua y la luz. Esclavos. ¡Ah!, le dije como única contestación. Os juro que no se me cortó la digestión, porque el vino era mano de santo, pero ganas, lo que se dice ganas, tuve.
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