Se
pasó gran parte de su vida abriendo y cerrando puertas. Era
ordenanza. Y muy educado. De su boca únicamente surgían frases
amables. Buenos días, don Pelayo, adiós doña Isabel, bienvenido
don Pedro, que tenga buena tarde don Jorge... Todo esto lo ejecutaba
abriendo y cerrando la puerta del banco con una ligera inclinación
de cabeza que engordaba el ego de los gerifaltes que, por cierto,
parecían estar muy satisfechos con aquel empleado. Pero puso en
peligro su futuro laboral por culpa de doña Inés, la esposa del
apoderado, que había acudido de visita con su gato Michifú en
brazos.
Porque de forma inesperada el felino doméstico saltó sobre
Anselmo, éste era el nombre del protagonista, se llevó por delante
la
gorra
de
plato y el peluquín del buen hombre, dejando al aire una calva
reluciente y una cicatriz de lado a lado del cráneo. El conserje,
confuso y apurado, recompuso rápidamente su figura y sonrió cuanto
pudo a la propietaria del gato Michifú. Pero ahí no acabó la cosa,
pues quedó en el aire que aquel hombre era calvo, algo esperable, y
que ocultaba un terrible pasado que intrigó pronto al staff de la
empresa. Al final, Anselmo confesó a don Ignacio, su protector en el
Consejo de Administración, que la cicatriz era fruto de una reyerta
en su juventud en la que hubo un muerto y que le retuvo un tiempo en
prisión. Todo ocurrió cuando estaba alistado en la legión,
defendiendo heróicamente su país. Esto último fue determinante
para que le mantuvieran en su puesto de trabajo. Don Ignacio, un
hombre enclenque y enfermizo, nieto de un general, muy patriota él,
supo argumentar lo justo ante el Consejo de Administración del banco
para que las cosas siguieran en su sitio.
_____ o _____
No hay comentarios:
Publicar un comentario