Cuenta
nada menos que Platón una historia curiosa del personaje que da
título a esta historia. Dice que, un día que estaba en labores de
astrónomo, cayó a un pozo mientras iba andando por el campo y que
una campesina tracia no paraba de reírse de la torpeza del pensador.
Y cuenta que el sabio se sintió obligado a dar una excusa. Dicen que
dijo que tenía tanta curiosidad por conocer el movimiento de las
estrellas que se le escapaba lo que había justo a sus pies. Quedó
como un tonto.
Pero
cuenta nada menos que Aristóteles que sus coetáneos también le
reprochaban su poca atención a los asuntos materiales. Y esta vez se
la devolvió con creces, puesto que aquel mismo año compró un buen
número de prensas de aceite, esas que por aquí se llaman almazaras
o trujal, no sé muy bien, y sacó un buen dinero al arrendarlas en
la siguiente cosecha. Y explica nada menos que Aristóteles que
simplemente aplicó sus conocimientos astronómicos y fue capaz de
predecir una gran cosecha. Esta vez quedó como un listo.
Por
último, cuenta nada menos que Herodoto que Tales de Mileto predijo
con exactitud un eclipse en un momento en que lidios y medos estaban
en guerra. Por cierto, que dicen los astrónomos que tuvo que ser un
28 de mayo del año 585 a.C. Y el tal Herodoto cuenta que los
contendientes lo tomaron como una señal divina y depusieron las
armas, cesó la batalla, llegó la paz. Aylattes, el rey de Lydia, y
Cyaxares, rey de los medos, dieron por finalizada la contienda. Aquel
día Tales de Mileto quedó como dios.
Así
dicen que era Tales de Mileto, filósofo, matemático, geómetra,
físico y legislador. Y que se sepa, quizás se olvidó del sombrero,
pues murió de una insolación. Nada menos que un tal Tales de
Mileto. Tanto estudiar los astros y no saberse defender de sus
peligros. ¡Ay! Cosas de genios.
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