13 oct 2017

Un día en el Oeste

Donato Saldarriaga junior se emborrachó a escondidas con los sobrantes de 10 botellas de wisky que encontró en la parte trasera del saloon y con la euforia del alcohol y de los pocos años que tenía tiró una botella al aire y lanzó una piedra para romperla. No lo consiguió, pero no pudo evitar que la botella siguiera su trayectoria hacia el centro de la tierra e impactara en la grupa del caballo del sheriff del lugar, Donato Saldarriaga senior. El equino se sobresaltó, soltó una coz y derribó el porche de la taberna haciendo que cayera con estrépito sobre los dos ayudantes de la máxima autoridad del lugar que, por cierto, dormían de pie, para disimular. Ante tal sobresalto desenfundaron sus revólveres y comenzaron a disparar al cielo asestando un golpe mortal al loro del salón que acababa de salir de la jaula, harto del ruido de la taberna y que, mala casualidad, pasaba por allí. Donato Saldarriaga junior en aquel momento preciso se puso a silbar, mirando al cielo directamente. El sheriff, que salía de visitar a Mary, sujetándose con las dos manos el cinto con los dos colt 45, miró al oeste, al este y al sur no encontrando ningún pecado en sus dominios digno de ser corregido. Puso orden en el lugar mandando a sus subalternos enfundar las armas y, para reafirmar su autoridad, dio una patada en el culo a Donato Saldarriaga junior conminándole. No hagas ruido, que molestas a papá. Para aquel momento el enterrador se había acercado a ofrecer sus servicios en balde, aunque aceptó de buen grado reparar el porche por 30 $, el caballo del sheriff ya se había calmado y el vástago de la máxima autoridad del lugar se sentía ya libre de culpa y sospecha. Los dos ayudantes bostezaban apoyados a ambos lados de la puerta, se reanudó la música y sólo Mary lloraba desconsolada por su loro. 
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