Salvé
a una abeja de morir ahogada en un charco. Coloqué una ramita, ella
trepó con dificultad y se secó a pleno sol. Observé todo el
proceso y, no debe extrañar en estos tiempos de tanta convulsión
climática, el insecto me habló. Y la abeja, para más señas
doméstica, me dijo que estos son malos tiempos melíferos, que son
pocos insectos para tanto trabajo, que estaba agotada. Y me lo
explicó: los himenópteros nos dedicamos a polinizar plantas, siendo
responsables de la germinación de miles, millones, trillones..., qué
sé yo, de plantas. Pero, pregunté, hacéis miel, ¿no? Lo de
producir miel es un beneficio colateral, que se diría, sirve para
nuestra propia manutención y no para los sa-que-a-do-res humanos, me
dijo remarcando las sílabas. ¡Ah!, exclamé, con un deje de
arrepentimiento pelín hipócrita. Pero, piensa, alma de cántaro, me
increpó, piensa. Mira, para hacer un kilo de miel somos necesarias
más de 2500 abejas que recorremos más de 180.000 km recolectando
polen de 4'5 millones de flores. Y en el camino polinizamos todo lo
que se menea, ¿te enteras? Me sentí culpable. Sólo me consolaba
pensar que la había salvado.
Y me hice egipcio de por vida, porque, para los antiguos pobladores del bajo Nilo las abejas eran lágrimas derramadas sobre la tierra por el Dios Ra, el dios solar, el dador de vida.
_____ o _____
No hay comentarios:
Publicar un comentario