20 oct 2017

Historia olvidada

Nació en un poblado de la cuenca del río Congo con el nombre de Britto Mabila. Estaba destinado a ser un esclavo más, como su padre y su madre, en la explotación de caucho que una empresa belga mantenía en activo, por cierto, en unas condiciones impropias de los modos y maneras del S. XX. Que se sepa, el rey, Leopoldo II, propietario particular a todos los efectos del Estado Libre del Congo desde 1884, pasó a la historia como el artífice del llamado “holocausto olvidado”, ya que gestionó el país como si fuera su propia hacienda, se dice que llegando a exterminar de modo cruel hasta 10 millones de aborígenes. El caso es que Britto Mabila, que es el protagonista de esta historia, y no el monarca genocida, a la tierna edad de 8 años, y a punto de morir en una hambruna, fue recogido por los Padres Blancos en su horfanato. A partir de ese momento vio encaminada su vida como seminarista, mejorando claramente las expectativas de futuro a la vista de lo que le ofrecía el monarca europeo. Pero la historia de lo que hoy es la República Democrática del Congo dio muchos bandazos, hasta el punto que Britto Mabila aceptó más tarde, sin mucho conocimiento, ser adoptado por una familia protestante belga que estaba horrorizada con los abusos de su monarca. Y llegó a Europa, donde estabilizó su situación y se hizo, en todo el sentido de la palabra, un hombre libre, serio y respetado en el Reino de Bélgica que años más tarde comandaba el rey Alberto I de Bélgica, sobrino del esclavista que esquilmó el caucho y el marfil del país africano. Allí cambió su nombre y Britto Mabila pasó a llamarse Britt Martens, apellido de adopción que acabó camuflando sus orígenes y las vergüenzas de su país de acogida. Toda esta historia, resumida a toda prisa y en dos trazos gruesos, era lo que el protagonista de esta historia contaba a sus compañeros de faena en el cementerio de Tyne Cot, en Ypres, siempre que se interesaban por saber las circunstancias de la vida de aquel hombre de piel oscura. El lo remataba con un poco de humor. Trato mejor yo a los difuntos blancos que ustedes a los míos, decía, mientras cuidaba las 35.000 tumbas que dejó allí, en Ypres, la Gran Guerra.
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