Nació
en un poblado de la cuenca del río Congo con el nombre de Britto
Mabila. Estaba destinado a ser un esclavo más, como su padre y su
madre, en la explotación de caucho que una empresa belga mantenía
en activo, por cierto, en unas condiciones impropias de los modos y
maneras del S. XX. Que se sepa, el rey, Leopoldo II, propietario
particular a todos los efectos del Estado Libre del Congo desde 1884,
pasó a la historia como el artífice del llamado “holocausto
olvidado”, ya que gestionó el país como si fuera su propia
hacienda, se dice que llegando a exterminar de modo cruel hasta 10
millones de aborígenes. El caso es que Britto Mabila, que es el
protagonista de esta historia, y no el monarca genocida, a la tierna
edad de 8 años, y a punto de morir en una hambruna, fue recogido por
los Padres Blancos en su horfanato. A partir de ese momento vio
encaminada su vida como seminarista, mejorando claramente las
expectativas de futuro a la vista de lo que le ofrecía el monarca
europeo. Pero la historia de lo que hoy es la República Democrática
del Congo dio muchos bandazos, hasta el punto que Britto Mabila
aceptó más tarde, sin mucho conocimiento, ser adoptado por una
familia protestante belga que estaba horrorizada con los abusos de su
monarca. Y llegó a Europa, donde estabilizó su situación y se
hizo, en todo el sentido de la palabra, un hombre libre, serio y
respetado en el Reino de Bélgica que años más tarde comandaba el
rey Alberto I de Bélgica, sobrino del esclavista que esquilmó el
caucho y el marfil del país africano. Allí cambió su nombre y
Britto Mabila pasó a llamarse Britt Martens, apellido de adopción
que acabó camuflando sus orígenes y las vergüenzas de su país de
acogida. Toda esta historia, resumida a toda prisa y en dos trazos
gruesos, era lo que el protagonista de esta historia contaba a sus
compañeros de faena en el cementerio de Tyne Cot, en Ypres, siempre
que se interesaban por saber las circunstancias de la vida de aquel
hombre de piel oscura. El lo remataba con un poco de humor. Trato
mejor yo a los difuntos blancos que ustedes a los míos, decía,
mientras cuidaba las 35.000 tumbas que dejó allí, en Ypres, la Gran
Guerra.
____ o ____
No hay comentarios:
Publicar un comentario