28 jun 2017

El temerario

Nació con ansias de llegar lejos, de ser alguien y buscó en qué. Fue sincero consigo mismo, no tenía tantas luces, ni cualidades físicas o intelectuales para destacar, así que hinchó sus pulmones del mejor aire que encontró una mañana primaveral y se especializó en el vértigo. ¡Cuánta satisfacción encontró con cada una de las exclamaciones de admiración de los espectadores acongojados que asistían a sus exhibiciones en las Rocas de las Palomas! Él se lo sabía y controlaba los tiempos como nadie. Ascendía como un gato hasta más de 15 metros y esperaba. Sabía que cientos de ojos estaban clavados en él. Y se hacía esperar. Luego, alzaba una mano como señal, y se lanzaba al vacío, poniendo un nudo en la garganta a cuantos le observaban. En pocos, pero interminables segundos, emergía y con brazadas lentas se acercaba de nuevo a la roca, se ponía de pie y dejaba que le miraran, que le fotografiaran, que le admiraran. Y volvía a repetir pausadamente la operación. Era un ídolo local. Todos los días volvía a casa con un par de kilos más de ego. Merecía la pena. Era uno de los hombres más felices de Beirut. Bueno, los días de mal tiempo no tanto, que le tocaba deprimirse un poco.
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