Cada
vez que la familia se desplazaba en coche y se ponían a la par de
una Harley Davidson en ruta o en un semáforo, el Sr. Rodero hacía
cumplir el siguiente ritual. Se apagaba la música, se guardaba
silencio y se bajaba la ventanilla, con todos los viajeros
expectantes por oír el zumbido del motor, por sentir el primer y el
segundo acelerón hasta que el sonido de la motocicleta se perdía en
la lejanía. Muchas veces aplaudían. A tanto llegaba la veneración
del Sr. Rodero, y por extensión de su familia, que hoy es el día
que él mismo cuenta cuál fue el mejor regalo que ha recibido en su
vida. Fue idea de su hija adolescente que no tuvo mejor ocurrencia
que colocar como alarma-despertador del móvil de su progenitor, la
melodía de sus sueños. Desde entonces, el motero enamorado se
despierta con el zumbido de una Harley
Davidson, con un primer y segundo acelerón potentes, varios más
pausados, un ralenty que es pura música celestial, una aceleración
larga y sostenida y un runrún regular que acaba perdiéndose a lo
lejos. Él dice que inicia el día cargado de energía. A veces su
mujer, también animada, completa el despertar del Sr. Rodero
aplaudiendo. Un rito.
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