29 may 2017

Metáfora envenenada

Cada vez que visito el molino me entretengo mirando el agua que discurre por la aceña, la velocidad endiablada que adquiere en la escasa pendiente, los resquicios que aprovecha para escapar, los remolinos que surgen, los obstáculos que supera, las hojas que arrastra, los peces que luchan por no ser engullidos y, sobre todo, el sonido cantarín que inundaba el espacio. Así es mi vida, pienso yo. Siempre para adelante, con decisión y energía, hasta llegar al mar que, dicen, es el destino final de todas las aguas terrestres. Y ¿quién es el mar para mí? No tengo que pensar mucho la respuesta. Sobre unos cantos rodados, en el fondo de la presa, veo una trucha muerta que va derecha al sumidero perseguida por unos cangrejos. Y con ese presagio doy la vuelta y continúo meditabundo mi paseo.
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