Se
me cayó una pera encima y me dio un buen golpe en la cabeza. Vaya,
una pera, me dije, podía haber sido una manzana y ya tendría algo
en común con don Isaac Newton. Pero no, era una pera, conferencia
por más señas. En el interior de la fruta agresiva viajaba un
gusano, que tuvo el detalle de quedarse a vivir entre mi cabello, sin
que yo me percatara de ello. Allí se asentó, hizo su capullito y
una buena mañana apareció una mariposa en mi cabeza que se resistía
a abandonar su hogar. Y ahí está el quid de mi buena suerte, pues
me hice tremendamente popular, un poco menos que don Isaac, por el
mero hecho de ser el único ciudadano que llevaba una mariposa en la
cabeza. Pero yo no pasaré a la historia, que lo mío, como todo, es
efímero.
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