Y
estalló la guerra. Nadie supo cómo empezó, ni qué reglas había
que seguir, pero pronto aprendieron. En primer lugar tuvieron que
separarse en bandos e identificar a los amigos y enemigos, tratando a
unos con simpatía y a los otros con recelo. El segundo paso fue
montar redes de apoyo con los unos e ignorar a los otros. Como los
medios escaseaban y el final de la contienda era incierto, comenzó
el hostigamiento y la impiedad entre los dos bandos. Finalmente llegó
el robo, la delación, la ignominia, el encarcelamiento, el asesinato
traidor entre los unos y los otros. Era cierto que el frente estaba
lejos, pero la guerra se desarrollaba también en retaguardia,
espoleada por la propaganda que infestaba sus mentes sin cesar. Dicen
que la guerra terminó con un armisticio. Pero en aquel pueblo hizo
falta que pasaran más de tres generaciones para olvidar. Aquella
guerra había hecho aflorar las miserias más ocultas de los unos y
los otros. Fue un rencor muy largo.
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