21 abr 2017

La vida, como los caramelos

El niño introdujo la mano en el tarro y trató de sacar todos los que pudo. Cógete sólo un puñado, le había dicho la abuela. A duras penas pudo sacar el puño del recipiente. Y allí mismo, con la inocencia propia de un crío y la benevolencia de la abuela, comenzó a introducir las golosinas en la boca. Primero con prisa, luego con calma y, finalmente, visto que le quedaban ya pocas, comenzó a degustarlas con parsimonia y lentitud, temeroso de que se le acabaran. El abuelo, escondido tras el periódico, observaba la escena divertido. Algo notó la abuela que no pudo dejar de preguntar por aquella sonrisa burlona. ¿Tiene gracia? Mucha, respondió él. Esto es como la vida, explicó, que cuando eres joven la vives con prisa y avidez y, luego, cuando llegas a viejo, saboreas lentamente cada uno de los instantes, sabiendo que son pocos los días que nos quedan. La abuela se quedó pensativa. Pero al final acabó preguntando. ¿Rico? El niño asintió con la cabeza, ya que no podía hablar de lo concentrado que estaba en exprimir sus papilas gustativas. El abuelo lanzó un guiño a su esposa mientras decía algo así como que la felicidad nunca ha estado tan accesible. Ella no contestó, que no era cuestión de dar la razón a aquel viejo gruñón. Miró al nieto desolado, ya sin ningún caramelo en la mano, y no pudo menos que soltar una carcajada.
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