En
el equipo de fútbol tenemos un entrenador que nos obliga a practicar
mucho con los penaltis. Gramaticalmente. El primer día ya nos
pregunta cómo se escribe la jodida palabra y, aunque es difícil de
creer, obtiene cinco versiones, por lo menos este año que es en el
que yo debuto en primera división. El problema empieza a partir de
la séptima letra, ya que los jugadores no nos ponemos de acuerdo,
algunos lo acaban con con -i, -y, -is, -ys o -ies. Vamos, que el
entrenador se enfada mucho y nos dice que no hay peor que un
futbolista inculto, que menudos pavotes, otras veces dice boludos,
salen hablando delante de un micrófono, que lo menos que podemos
hacer es hablar con corrección y léxico apropiado. Cualquiera sabe
qué será eso... El asunto es que desde el primer momento he sabido
quién manda y quién es el que lleva la voz cantante en el campo y
en vestuarios. Así que en los entrenamientos yo corro y obedezco a
todo. El porteño, que hace de delantero centro, es el que menos
problemas tiene, él dice penal, y el entrenador no se ofende. Claro
es de Rosario, como Marcelo Bielsa, tiene más labia y juega con
ventaja. El caso es que yo, y todos los demás, corremos como locos
en la cancha, que es como dicen ellos. Para mí que esto es una
táctica premeditada para incentivar, así dicen, ¿no?
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