Todos
los días acompañaba a su marido al supermercado. Dócil, caminaba
siempre dos pasos por detrás de aquel hombre menudo y, a la vista
estaba, dominante. La compra siempre era la misma, 3 barras de pan y
unos yogures. Parece ser que el resto de viandas les llegaban desde
la Cruz Roja. El caso es que aquel día la operación fue diferente,
porque a la hora de recoger los cambios que le ofrecía la cajera el
hombre propinó un manotazo a la dependienta. Eres una racista, le
dijo. Digamos que, contra lo que para él era costumbre, la mujer
agredida le hizo frente, primero preguntando en qué le había
ofendido y segundo pidiendo respeto. Dos hombres, testigos del
incidente, hicieron causa común con la empleada y afearon la
conducta al agresor que se vio obligado a desaparecer seguido de su
sombra, quiero decir, de su mujer. Lo que pasaba por la cabeza de la
agredida lo podemos suponer, ella no acertaba a recordar de qué
forma podía haber ofendido a aquel hombre. Lo que pasaba por la
cabeza de la mujer que sólo enseñaba los ojos no lo sabremos nunca.
Ella presenció el incidente, ella no objetó nada a su marido, ella
abandonó el lugar junto con él, eso sí, dos pasos por detrás para
dejar clara la diferencia de estatus. Siento vergüenza, dijo unos de
los clientes habituales, musulmán por mas señas, cuando se lo
contaron. E indignación, añadió su esposa que, por cierto,
caminaba al lado de su marido y sí podía hablar.
_____ o _____
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