19 abr 2017

La mujer del burka

Todos los días acompañaba a su marido al supermercado. Dócil, caminaba siempre dos pasos por detrás de aquel hombre menudo y, a la vista estaba, dominante. La compra siempre era la misma, 3 barras de pan y unos yogures. Parece ser que el resto de viandas les llegaban desde la Cruz Roja. El caso es que aquel día la operación fue diferente, porque a la hora de recoger los cambios que le ofrecía la cajera el hombre propinó un manotazo a la dependienta. Eres una racista, le dijo. Digamos que, contra lo que para él era costumbre, la mujer agredida le hizo frente, primero preguntando en qué le había ofendido y segundo pidiendo respeto. Dos hombres, testigos del incidente, hicieron causa común con la empleada y afearon la conducta al agresor que se vio obligado a desaparecer seguido de su sombra, quiero decir, de su mujer. Lo que pasaba por la cabeza de la agredida lo podemos suponer, ella no acertaba a recordar de qué forma podía haber ofendido a aquel hombre. Lo que pasaba por la cabeza de la mujer que sólo enseñaba los ojos no lo sabremos nunca. Ella presenció el incidente, ella no objetó nada a su marido, ella abandonó el lugar junto con él, eso sí, dos pasos por detrás para dejar clara la diferencia de estatus. Siento vergüenza, dijo unos de los clientes habituales, musulmán por mas señas, cuando se lo contaron. E indignación, añadió su esposa que, por cierto, caminaba al lado de su marido y sí podía hablar.
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