Ayer
tuve que acompañar a mi abuelo a comprar un teléfono móvil en el
que no puso mucho interés. Que sea sencillo de manejar, pedía. Al
acabar nos sentamos en un banco y le ayudé a ponerlo en marcha. Al
poco apareció un viejo amigo con el que trabó conversación,
abandonando todo interés por su nuevo celular. Se contaron algunas
de su muchas cuitas y lejos de regodearse en los achaques, no paraban
de reír y darse ánimos. Nunca vamos a estar mejor que ahora,
aseguraba uno. Eso es verdad, el otro corroboraba. Se despidieron con
una palmada en la espalda y promesa de verse pronto. Y volvimos a lo
nuestro, configurar el teléfono. ¿Qué clave de acceso pongo?
Eustaquio. ¿? Es el nombre de mi amigo. ¿Has visto qué ganas de
vivir tiene? Me contó las muchas peripecias inverosímiles que le
habían tocado vivir y el cúmulo de desgracias que había padecido.
Y no se le nota, nunca se queja. Escribí la clave, eustaqi0.
Lo último es un cero, que conviene poner un dígito numérico, le
expliqué. Tranquilo, me respondió riendo, en pocos años me pondrás
cuatro unos, como a la abuela.
_____ o _____
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