10 mar 2017

La vagancia, hallazgo filosófico

Ladislao es un hombre desprendido, apenas tiene bienes, apenas ambiciones, apenas tiene quejas. Vive frugalmente y vive, eso dice, feliz. Ladislao permanece la mayoría del tiempo en su casa, lee, duerme, ve televisión, fuma, habla por teléfono, malcome, más que nada por tener vacío el frigorífico, y justo al anochecer se aventura a salir a la calle para verse con amigos y, en pocas ocasiones, preocuparse de la intendencia. Esporádicamente desaparece porque, dice y le creemos, va a trabajar. ¿Si no de qué iba a vivir? Y al regresar de nuevo inicia la cura de reposo que ya se ha descrito. Luego, cuenta él mismo que no desprecia los bienes materiales como hacían los filósofos cínicos o los estoicos de la Grecia Antigua, sino que él es simplemente vago, vago redomado que hace sólo lo que le place, a ser posible poco. Y está convencido de que hace un favor a sus amigos cuando les propone que le llamen Lao, que es más corto que Ladis y mucho más que Ladislao. ¿Para qué tanto esfuerzo?, argumenta. 
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