El
alcalde tuvo 4 años de gestión muy complicados en los que los
partidos de la oposición casi se lo comieron. Se metió en proyectos
arriesgados, y no muy de consenso, en los que hizo temblar las arcas
del ayuntamiento, llegando a cometer unos desaguisados que tuvieron
que ser dirimidos en los juzgados. En pocas palabras, se puede decir
que hizo pocos amigos y que tenía difícil la reelección. Pero supo
salir del reto con acierto. Toda la campaña de elecciones la hizo
con la misma foto, la de unas enternecedoras florecitas primaverales
entre los raíles del tranvía de la ciudad, fácilmente reconocibles
por sus conciudadanos. Añadió un eslogan que no merece la pena
transcribir, colocó su cara sonriente en un costado y, eso sí,
siempre se pudieron ver las margaritas diminutas que todos los
ciudadanos conocían como chiribitas. El resultado fue que los
votantes se decantaron de nuevo por él. Fue un éxito de su director
de campaña, dijeron los unos. Somos unos románticos, dijeron los
otros. Somos unos inconscientes, dijeron tres o cuatro conspicuos
ciudadanos.
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