15 mar 2017

Felicidad y miedo

El partido se desarrollaba según los cauces previstos, el equipo local, alentado por sus seguidores, ponía más corazón que orden y el equipo visitante, con alguna que otra brusquedad, mantenía de renta el único gol que ondeaba en el marcador. El público presenciaba el encuentro entre aburrido y malhumorado, animando a su equipo e increpando al árbitro y a los jugadores contrarios. Pero de repente llegó la catarsis. Penalti a favor. El público enfervorizado gritaba, aplaudía, se excitaba presumiendo el empate. En la grada local todo era euforia y éxtasis. Menos en uno de los vomitorios. Allí había un niño de unos cinco años que empezaba a llorar desconsoladamente encima del helado que llevaba en la mano. Su cara era la pura expresión del pánico, estaba perdido, buscaba a su padre. Y el chiquillo fue el único que no se enteró de que aquel penalti fue gol. El padre, descendido del mismo cielo en aquel preciso instante, se percató del drama del niño y le hizo señas. El niño se calmó sin más, dio un lenguetazo al helado y se acercó a su localidad. Gol, ha sido gol, le explicaba el progenitor. Está salado, se quejaba el niño levantando el cucurucho. No le importó que acto seguido se le cayera al suelo tras el quinto golpe en la espalda que le propinó su padre que, ya eufórico perdido, no dejaba de gritar, gol, gol, gol.
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