27 feb 2017

El retornado emigrante

Se pudo subir en la camioneta en marcha dando un salto y asiéndose a la cartola. Por suerte el chófer no le vio y se hizo la ilusión de que podría pasar la frontera de polizón. Levantó una lona y se metió debajo, junto con la carga. Le costó orientarse en la oscuridad, pero se percató pronto de que allí había carne.
No olía mal, aunque sí estaba fría, y se quedó quieto. Notó el lento paso por el puesto fronterizo, la conversación, bastante amistosa por cierto, del conductor con los policías y se felicitó cuando el vehículo reanudó la marcha. Por fin al otro lado, se dijo. Destapó la lona y un tibio sol le acarició el rostro. Miró la carga y vio un cadáver. Quiso huir y sin pensarlo mucho se tiró en marcha, cayendo por un terraplén lleno de zarzas que amortiguaron el golpe y le dejaron marcado durante mucho tiempo. Y volvió clandestinamente de nuevo a su país. ¿Cómo podía permitir que le imputaran en un crimen a él? Con la de restos de ADN que habré dejado bajo la manta, se decía. Y como si nada hubiera pasado, la camioneta siguió su camino, se detuvo en el zoo local, presentó unos papeles para firmar y soltó su carga en el frigorífico destinado a la alimentación de los leones. El ilegal, mientras tanto, ocultando un crimen nunca jamás cometido, vivió atormentado el resto de sus días en la tierra que le vio nacer.
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