Se
pudo subir en la camioneta en marcha dando un salto y asiéndose a la
cartola. Por suerte el chófer no le vio y se hizo la ilusión de que
podría pasar la frontera de polizón. Levantó una lona y se metió
debajo, junto con la carga. Le costó orientarse en la oscuridad,
pero se percató pronto de que allí había carne.
No olía mal,
aunque sí estaba fría, y se quedó quieto. Notó el lento paso por
el puesto fronterizo, la conversación, bastante amistosa por cierto,
del conductor con los policías y se felicitó cuando el vehículo
reanudó la marcha. Por fin al otro lado, se dijo. Destapó la lona y
un tibio sol le acarició el rostro. Miró la carga y vio un cadáver.
Quiso huir y sin pensarlo mucho se tiró en marcha, cayendo por un
terraplén lleno de zarzas que amortiguaron el golpe y le dejaron
marcado durante mucho tiempo. Y volvió clandestinamente de nuevo a
su país. ¿Cómo podía permitir que le imputaran en un crimen a él?
Con la de restos de ADN que habré dejado bajo la manta, se decía. Y
como si nada hubiera pasado, la camioneta siguió su camino, se
detuvo en el zoo local, presentó unos papeles para firmar y soltó su carga en el frigorífico destinado
a la alimentación de los leones. El ilegal, mientras tanto,
ocultando un crimen nunca jamás cometido, vivió atormentado el
resto de sus días en la tierra que le vio nacer.
_____ o _____
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