9 dic 2016

Terapia narrativa

En un microrrelato, dicen, debe evitarse la proliferación de personajes. Pero eso es imposible si uno quiere contar la historia de una aldea pequeñita en la que viven 12 personas de carne y hueso. Pase que no cite el nombre de cada uno, pero no tengo más remedio que dejar constancia de que todos ellos son igual de importantes en esta historia. ¿Qué han hecho? Un libro. Se titula “Recetas contra la tristeza”. Todo empezó el día que el Tío Alejo, que aparece en la portada muerto de risa enseñando sus tres únicos dientes, sufrió una crisis que le dejó pesaroso en demasía y el médico alertó a sus vecinos de que no podría aguantar la soledad sin hacer alguna tontería. Los vecinos, animados por don Manuel, un antiguo maestro que había dejado la profesión por lo menos 30 años atrás, se repartieron los días para hacerle compañía y sanarlo a base de historias y sucedidos que aún mantuvieran en su memoria o fueran capaces de inventarse. Todos participaron con hechos reales o ficticios, con relatos bien fijados en su memoria o improvisados en el momento, con humor, melancolía y ese aire de estar de vuelta de todo que tiene la gente de edad.
Aquello se fue animando tanto que era raro el día que alguno faltaba a la tertulia. Al final, el maestro propuso grabar lo que se contaba y salió el libro del que hablo. Bajo el título, en letra pequeñita, hay una frase del Tío Palique que dice “la tristeza no está mal, está pior”. Se citan como autores, por orden analfabético (sic), el Tío Alejo, las señora Marian, Mari Mar, Itziar, Mónica y Vitori, los señores Gordonio, Javier, el Tío Machuca, el abuelo Simón, el Tío Palique y don Manuel, que en plan humilde se cita el último. En fin, he tenido que sacar al final todos los personajes, es que no puede ser.
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