En las guerras hay quien disfruta
Blandió
su espada cuan alto pudo y la descargó con fuerza y poco tino sobre
su enemigo. El resultado fue que el hoplita cortó una oreja, no más, y quedó
sin guardia ante la daga de su oponente medo que rasgó de cabo a rabo sus
entrañas, mandándole directamente al otro mundo. Esta violenta
escena tuvo muchas réplicas a lo largo del día y llegó a término
cuando ya se hizo la noche y los cadáveres cubrían el campo de
combate. Platea, la batalla que dicen que decidió definitivamente la
hegemonía de la alianza de ciudades griegas sobre los persas de
Jerjes y compañía, era ya una carnicería, con cuerpos insepultos
de persas, tebanos, espartanos, atenienses, corintios... por todos
los lados.

Los
córvidos, apostados en los árboles de alrededor, no daban crédito
a lo que veían sus ojos. Nunca tanta carroña había estado a su
disposición. Están locos estos humanos, dijo una urraca. La mala
fama la arrastramos otros, se quejó un cuervo. Y un buitre leonado
que oteaba la escena desde el alto cielo dijo algo así como que "yo no
estoy para filosofar ni en Grecia", lanzándose en picado para
disfrutar de aquel festín.
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