Acudió
al dentista relajado y valiente, era la primera vez que superaba el
miedo a enfrentarse a aquel hombre que desde que era pequeñito le
hurgaba en la boca y lo descomponía de tanto dolor. Tocó el timbre
y con la mejor de sus sonrisas esperó a que abrieran. Apareció una
señorita que le invitó a pasar y al tiempo se extrañó de ver un
cliente tan risueño. Hablaron. Traigo su comanda de tacos del Charro
Loco. ¡Ah, sí, lo ha pedido la doctora Leonor, déjelo en la mesa!
Blandió su factura al viento dando a entender que faltaba la segunda
parte de la operación y se quedó esperando a la tal doctora. Esta
apareció al instante con la mascarilla puesta, una lámpara en la
frente, un taladro plateado funcionado en la mano y unas manchas de
sangre en la manga derecha de su uniforme verde claro. El repartidor
de pizzas sintió un repentino vacío en el estómago, una total
ausencia de aire en su cerebro y se desvaneció sin llegar a cobrar
la comanda. Se despertó sentado en la escalera con una señorita al
lado que le abanicaba. Perdone, le hemos sacado al exterior, porque
cada vez que volvía en sí se desmayaba sin más. Creo que la
consulta lo desvanece. Se incorporó, agradeció que le pusieran el
dinero en la mano, y se despidió levantando el brazo. Perdona, oyó
que le decían, nos conocemos de antes, ¿no? Echó a correr. Si se
ponía a contar de qué, no se despertaría en una semana.
_____ o _____
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