16 dic 2016

Así se escribe la historia

Don José se comió aquel día una docena de gambas, bueno, siendo sinceros diez, ya que compartió dos con su fiel sirvienta Lucrecia Fernández Xargos. Y no era para menos, pues estaba celebrando una gran noticia, la aportación anual del 80% de los fondos del Comedor de los Pobres que él gestionaba. Con cada uno de los crustáceos que se trasegó acertó a decirle una frase a su acompañante.
-¿Sabes Lucrecita que don Armando, el alcalde, nos ha pasado hoy mucho dinero para caridad?
-Sí, don José.
-Se confesó conmigo y me contó todo lo que "distrae" cada año en el ayuntamiento.
-Ya.
-Y lo que consigue haciendo la vista gorda con los demás concejales.
-Sí.
-Pues le dije que Dios le perdonaría si hacía el bien con ese dinero.
-Claro.
-Que su alma se salvaría con ello.
-Bendito sea Dios.
-Aunque los de siempre le han procesado por malversación de fondos y prevaricación.
-Pobre.
-Y hoy está en la cárcel, como si fuera un delincuente.
-¡Jesús!
-Con lo buen cristiano que es.
-Lo que hay que oír.
-¿Sabes lo que es prevaricación, Lucrecita?
-Usted dirá, don José.
-Pues que un mandamás hace que el dinero, en vez de gastarlo en patochadas, se dedique directamente a cuestiones de caridad cristiana.
-¡Por Dios!
Y llegado a este momento y no viendo don José más gambas en el plato, miró con desdén a Lucrecia Fernández Xargos por haberle birlado dos de las piezas, se limpió los dedos y labios con una servilleta inmaculada, bebió de un solo trago una copa de Albariño y eructó sin pudor alguno. Su sirvienta le observó con veneración y le retiró el plato. Y fue a la cocina a traerle el guiso de cordero. Ella nunca entendía un carajo de lo que hablaba el párraco.
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