Nunca
había visto el mar, sólo en la televisión, así que el día que en
una excursión de la escuela le llevaron a una playa que distaba poco
más de 50 km. de su casa se emocionó. Miró al horizonte
hasta desgastar sus ojos, contó las olas hasta cansarse, probó el
sabor de la espuma sin saber el porqué de tanta sal y sumergió sus
pies en la orilla sin llegar a descubrir quién estaba escondido en
el fondo agitando olas tan increíbles. Fue fantástico. Cuando el
maestro explicó que por culpa del calentamiento global el mar
subiría de nivel y teóricamente ocuparía una gran extensión en la
llanura que les separaba de la costa, Carlitos se alegró un montón.
Según los cálculos de los científicos, el mar quedaría a unos 10
k. de distancia. ¡Qué bien, podré ir en bici! Aquella exclamación
fue seguida de una paciente explicación del maestro que trató de
hacer entrar en razón a Carlitos que, por cierto, aceptó para
siempre la máxima de que es mejor pensar en el bien común que en el
propio. El profesor se fue a casa satisfecho. Y Carlitos con un
propósito muy claro. Se lo contó a su mamá que no entendía la
nueva fantasía de su niño, que decía, querer hacerse mayor para
ver más cerca el mar.
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