28 nov 2016

Corazón de soldado

Enrique Carrerillas escuchó atento las explicaciones del sargento y llegó a la conclusión de que aquello podía mejorar su reputación de soldado, así que levantó la mano y se ofreció voluntario. Tomó el arma en su manos, por supuesto con el seguro echado, emprendió la carrera, saltó un obstáculo, dio tres volteretas reglamentarias, se incorporó y apuntó con su arma al enemigo imaginario. Muy bien, tomen todos ejemplo. Soldado, puede retirarse, que pase el siguiente, dijo el suboficial. Pero el recluta permaneció inmóvil con los ojos clavados en un punto fijo. Allí estaba, escondido malamente tras un arbusto, su comandante en jefe en una postura poco digna. Éste se incomodó y haciendo uso de la autoridad que sentía perdida, le gritó: Arrestado el fin de semana. ¿No sabe usted lo que es una gastroenteritis? Sí, mi comandante, le respondió en postura de firmes, llevándose la mano extendida a la frente, mientras el oficial trataba de ajustarse los pantalones. A sus órdenes, insistió con idea de rebajar la tensión. La tropa, que estaba a sus espaldas, no entendía nada, pero un sexto sentido les hacía pensar que era mejor no preguntar. Enrique Carrerillas, más rojo que un tomate, se incorporó al trote a la formación y supuso que había destrozado su incipiente carrera militar. Cuando regresaron al acuartelamiento se lo contó a sus compañeros que no pararon de reír la situación y reírse del soldado, augurándole por lo menos un mal fin de semana con los remordimientos de haber visto las blancurrias nalgas de un oficial. Pero no fue así. Al final el mando no cursó el parte de arresto y todo quedó en el olvido. Bueno, decía Enrique Carrerillas, ya más relajado, va a ser que los mandos tienen corazón. Y culo, no lo olvides, le recordaba un compañero guasón. O ninguna gana de dar explicaciones a otros mandos, añadía un soldado más realista.
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