Un
hombre vulgar se dejó arrastrar por ideas vagas y simples que
difundían que los emigrantes quitaban
el trabajo, acaparaban las ayudas sociales, saturaban los servicios
sanitarios...
Él se convenció de que era necesario y oportuno emprender una
cruzada por la justicia en el disfrute de bienes a favor de los
autóctonos. El hombre vulgar no dudó en empezar a mirar a los
emigrantes como gente indeseable y, por supuesto, inferior a él en
todos los sentidos. Era una convicción muy arraigada en él. Pero un
día, tal certeza empezó a estar acompañada de un interrogante. Fue
el día que acudió a aclarar su cuentas a la Agencia Tributaria.
Tuvo que estar esperando su turno un buen rato, un tiempo que le
permitió constatar que había muchos foráneos de esos que él
odiaba a rabiar. Una vez frente al funcionario de turno, tuvo que
escuchar que sus cuentas con la Hacienda estaban desfasadas, que
arrastraba impagos de escándalo, que con la multa de rigor le iban a
dejar temblando.
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