La
pareja estaba apoyada en la barra del bar y se miraban mucho a los
ojos. Él pasaba la mano por su espalda y trataba de atraerla hacia
sí. En varios momentos intercambiaron algún beso llenando de
inquietud a la tercera persona presente en el lugar, una niña de
unos 8 años. Ésta, viendo que su madre se dejaba engatusar por
aquel intruso, no dudó en pasar al ataque y de inmediato se colgó
de su cuello reclamando el cariño y atención reglamentario. La
madre dejó hacer y vio cómo varios brazos rodeaban su cintura, los
de la niña con firmeza y el del varón ya sin disimulo en las
posaderas. La situación empezaba a ser insostenible, los dos rivales
tenían marcadas las cartas, la niña con el amor incondicional de su
madre y el amante condicionado por las circunstancias. Se imponía
una retirada digna que no se confundiera con una rendición. ¿Tomamos
un helado?, dijo él. Que sí contestaron ambas. La niña pidió uno
que se pudiera sujetar con una mano. La otra la necesitaba para
agarrar con firmeza a su madre. Y continuaron el paseo con la niña
colocada entre ambos. El helado parecía una espada que blandía en
el aire para que el rival no se acercara a su mamá. La victoria, por
el momento, era completa.
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