Él
se dio un golpe en la cabeza y su compañera gritó, como si fuera
ella la que había sufrido el percance. En el siguiente minuto, él
resbaló y de nuevo se oyó la exclamación de espanto de ella. A
continuación él estornudó y fue ella la que dijo ¡Jesús! Estamos
muy compenetrados, cariño, comentó él. Claro, mi amor, somos como
el “cuerpo místico” de la teología cristiana, lo que uno sufre
o disfruta lo comparte realmente el otro. Él se imaginó el futuro
que se le avecinaba de seguir conviviendo con aquella dama que le
hacía un marcaje tan severo, y hasta se le revolvió un poco el
estómago y parte de los intestinos de sólo pensarlo. Y ella,
palpándose el estómago, acrecentó sus temores. Tengo gases, mi
amor.
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