5 ago 2016

El séptimo arte y su futuro

En la sala se apagaron las luces y comenzó la proyección de la película. El local contaba con los últimos adelantos tecnológicos, tanto en imagen como sonido. Creo recordar que la empresa presumía en un cartel en taquilla de tener Dolby Digital y Spectral Recording, nada menos. El sonido era envolvente, las imágenes impactantes, y el público permanecía en silencio, absorto y anonadado por la inquietante atmósfera de la sala. Al menos eso parecía, porque de repente se cortó la proyección, se encendieron las luces de la sala y un hombre entró en el patio de butacas vociferando.
Era el operador de la cabina y estaba fuera de sí. ¿La razón? Llevaba un rato observando cómo muchos espectadores mantenían los ojos pegados en su móviles pendientes de sus redes sociales. Esto es un sacrilegio, una profanación, es el colmo de la idiotez o imbecilidad, decía. Y les preguntaba a ver si venían allí a disfrutar de una obra de arte o a pudrirse en un mundo ruin de chismes y alcahueterías. Y dio una orden que todos escucharon con incredulidad, nada menos que ¡estaba prohibido el uso de móviles durante la proyección! Lo zanjó diciendo que se producía interferencias con la imagen y sonido. Y sin más, dio media vuelta y se despidió con un exabrupto. Al momento se apagaron las luces y se reanudó la proyección. Hay que decir que el público consideró aquel episodio como un espectáculo más con el que les obsequiaba la empresa y muchos no dudaron en grabar la escena para poderla colgar inmediatamente en las redes. Eran impermeables.
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