En
la sala se apagaron las luces y comenzó la proyección de la
película. El local contaba con los últimos adelantos tecnológicos,
tanto en imagen como sonido. Creo recordar que la empresa presumía
en un cartel en taquilla de tener
Dolby Digital y Spectral Recording, nada
menos. El sonido era envolvente, las imágenes impactantes, y el
público permanecía en silencio, absorto y anonadado por la
inquietante atmósfera de la sala. Al menos eso parecía, porque de
repente se cortó la proyección, se encendieron las luces de la sala
y un hombre entró en el patio de butacas vociferando.
Era el
operador de la cabina y estaba fuera de sí. ¿La razón? Llevaba un
rato observando cómo muchos espectadores mantenían los ojos pegados
en su móviles pendientes de sus redes sociales. Esto es un
sacrilegio, una profanación, es el colmo de la idiotez o
imbecilidad, decía. Y les preguntaba a ver si venían allí a
disfrutar de una obra de arte o a pudrirse en un mundo ruin de
chismes y alcahueterías. Y dio una orden que todos escucharon con
incredulidad, nada menos que ¡estaba prohibido el uso de móviles
durante la proyección! Lo zanjó diciendo que se producía
interferencias con la imagen y sonido. Y sin más, dio media vuelta y
se despidió con un exabrupto. Al momento se apagaron las luces y se
reanudó la proyección. Hay que decir que el público consideró
aquel episodio como un espectáculo más con el que les obsequiaba la
empresa y muchos no dudaron en grabar la escena para poderla colgar
inmediatamente en las redes. Eran impermeables.
_____ o _____
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