Llegó
la primavera, porque lo marcaba el calendario, y aquel día pasó
desapercibido. Sin embargo, en un breve lapso de tiempo, apareció
más a menudo el sol y toda la naturaleza se puso en marcha. Creció
la hierba en las praderas, aparecieron brotes en los árboles, los
pájaros comenzaron los cortejos, las flores brotaron en abundancia y
la vida explotó a raudales. Pero no todo el rebaño se percató de
ello, no, que había un ovino amargado que veía desfilar el mundo en
total negrura, no observando en su derredor más que angustia, temor
y decepción. Era la oveja pesimista vocacional que no dejaba de
quejarse. Menos mal que las demás ovejas del redil, blancas como
corresponde a todos los ovinos de buen corazón, hacían lo que les
pedía el cuerpo, comer hierba y lanzar balidos al aire para celebrar
el paso del equinoccio.
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