En
Cazoletas de la Sierra se inauguraba la primera pastelería del
pueblo y se organizaron actos de postín, con las autoridades civiles
y religiosas dando peso a la ocasión.
El primero en arrancarse a discursear fue el alcalde que antes tuvo que hacer una señal a la banda municipal de dulzaineros para que dejaran de soplar.
El primero en arrancarse a discursear fue el alcalde que antes tuvo que hacer una señal a la banda municipal de dulzaineros para que dejaran de soplar.
-Larga
vida a esta dulcería que hoy se inaugura con el apoyo de este
ayuntamiento que ha gestionado las ayudas europeas al emprendimiento
del Fondo...-. Una salva de aplausos de los asistentes le cortó el
discurso y le obligó a guardar los dos folios que llevaba escritos.
No le supo mal, que más bien se sintió reconfortado por la
aceptación del público.
A
continuación el cura se adelantó, bendijo la gran mesa de pasteles
que estaban al sol en mitad de la plaza, les hizo rezar a todos los
presentes un padrenuestro y acabó bendiciendo todo con unas enormes
gotas de agua bendita que lanzaba con su hisopo.
-Amén -gritó el público impaciente- amén.
-Amén -gritó el público impaciente- amén.
Nazario
y Dulcinea, los emprendedores que iban a regentar el negocio, no
pudieron hablar, presa de la emoción, y simplemente hicieron un
gesto a los asistentes para que se sirvieran a gusto. Digamos que la
ingesta fue ordenada desde el punto de vista del orden público, pero
sí muy desordenada desde la perspectiva nutricional, ya que muchos
se hicieron un homenaje desmedido. Menos mal, que la fuente de la
plaza hizo más fluido el tránsito de los pasteles por la garganta
de los cazoleteños.
Y
así debía acabar esta historia, si no fuera porque tuvo su
prolongación por la noche en forma de un ataque masivo de
gastroenteritis que obligó a movilizar los servicios comarcales de
salud para atender a un gran número de cazoleteños que más que
tendidos en la cama pasaron la noche sentados. Tras los analíticas
pertinentes, largas y sesudas, quedaron exculpados los dueños del
negocio y fue declarado el cura como causante del desaguisado. Su
vetusto hisopo fue confiscado y el agua bendita que había en la
parroquia fue declarada totalmente insalubre.
-Producirá
algún bienestar espiritual, vamos, porque físico ninguno -decía
una autoridad sanitaria.
-Yo
he seguido la receta de la diócesis -se disculpaba el párroco-, me
parece que la dictó San Ildefonso de Toledo.
-Es la primera vez que ocurre en la historia de la iglesia -comentó
el obispo.
-Seguro
que la trajo directamente del Mar Muerto -se mofaba un pasota.
-Por
dios -suplicaba doña Mercedes-, lo que hay que oír.
El
monaguillo callaba, no fuera que descubrieran que él utilizaba la
pila del agua bendita como mingitorio ocasional.
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