30 may 2016

Meapilas de verdad

En Cazoletas de la Sierra se inauguraba la primera pastelería del pueblo y se organizaron actos de postín, con las autoridades civiles y religiosas dando peso a la ocasión.
El primero en arrancarse a discursear fue el alcalde que antes tuvo que hacer una señal a la banda municipal de dulzaineros para que dejaran de soplar.
-Larga vida a esta dulcería que hoy se inaugura con el apoyo de este ayuntamiento que ha gestionado las ayudas europeas al emprendimiento del Fondo...-. Una salva de aplausos de los asistentes le cortó el discurso y le obligó a guardar los dos folios que llevaba escritos. No le supo mal, que más bien se sintió reconfortado por la aceptación del público.
A continuación el cura se adelantó, bendijo la gran mesa de pasteles que estaban al sol en mitad de la plaza, les hizo rezar a todos los presentes un padrenuestro y acabó bendiciendo todo con unas enormes gotas de agua bendita que lanzaba con su hisopo.
-Amén -gritó el público impaciente- amén.
Nazario y Dulcinea, los emprendedores que iban a regentar el negocio, no pudieron hablar, presa de la emoción, y simplemente hicieron un gesto a los asistentes para que se sirvieran a gusto. Digamos que la ingesta fue ordenada desde el punto de vista del orden público, pero sí muy desordenada desde la perspectiva nutricional, ya que muchos se hicieron un homenaje desmedido. Menos mal, que la fuente de la plaza hizo más fluido el tránsito de los pasteles por la garganta de los cazoleteños.
Y así debía acabar esta historia, si no fuera porque tuvo su prolongación por la noche en forma de un ataque masivo de gastroenteritis que obligó a movilizar los servicios comarcales de salud para atender a un gran número de cazoleteños que más que tendidos en la cama pasaron la noche sentados. Tras los analíticas pertinentes, largas y sesudas, quedaron exculpados los dueños del negocio y fue declarado el cura como causante del desaguisado. Su vetusto hisopo fue confiscado y el agua bendita que había en la parroquia fue declarada totalmente insalubre.
-Producirá algún bienestar espiritual, vamos, porque físico ninguno -decía una autoridad sanitaria.
-Yo he seguido la receta de la diócesis -se disculpaba el párroco-, me parece que la dictó San Ildefonso de Toledo.
-Es la primera vez que ocurre en la historia de la iglesia -comentó el obispo.
-Seguro que la trajo directamente del Mar Muerto  -se mofaba un pasota.
-Por dios -suplicaba doña Mercedes-, lo que hay que oír.
El monaguillo callaba, no fuera que descubrieran que él utilizaba la pila del agua bendita como mingitorio ocasional.
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