Sonó
insistentemente el teléfono móvil de alguien en plena
representación de la pieza de teatro a la que había acudido. Era
del espectador que estaba sentado a mi lado que, para mi sorpresa,
estaba dormido. Uno de los actores perdió la concentración y los
papeles, me miró amenazadoramente y soltó una palabrota de muy mal
gusto. Yo me vi obligado a dar explicaciones desde la platea y, presa
de los nervios, sólo acerté a decir es éste y creo que está
muerto. Y de repente acabó la comedia y empezó un drama, con los
actores sentados en el escenario, la sala en desbandada y un médico
que buscaba la carótida en el cuello del presunto cadáver. Que no
lo era tal, porque al poco abrió un ojo y sonrió con mansedumbre.
Me he dormido, dijo, esto me pasa por obeso. El doctor respiró
aliviado y dijo que esto le pasaba a él por ser fiel a Hipócrates,
y yo cerré el turno de intervención confesando que a mí estas
cosas me pasaban por tonto. Bueno, la historia no se acabó del todo,
porque se nos acercó el actor antes aludido con un gran cuchillo en
su mano derecha y nos dijo que le habíamos hundido su carrera y que
eso le pasaba por creer en la sensibilidad de la gente, que no quería
vivir. Y como dijo que era hombre de palabra se hizo el harakiri ante
nuestro ojos. El dormilón se despertó del todo, el doctor se lanzó
sobre el suicida para prestar los primeros auxilios y yo aceleré mis
pulsaciones buscando un infarto que me librara de aquella locura,
pero todo quedó a medias cuando el actor soltó una carcajada y se
extrajo el cuchillo retráctil que acaba de robar del atrezo. Y de
repente a todos nos entraron las ganas de reír. Y nos reíamos tanto
que cuando llegaron los Servicios de Urgencia no entendían nada y
menos cuando estallaban las carcajadas incontenibles cada vez que
oíamos sonar un teléfono. Casi nos deshidratamos de tantas
lágrimas. Al final nos dejaron en paz y me han contado que los de
Urgencias pasaron la factura de los gastos al empresario del teatro.
Fue el único que no se rio. ¡Ah!, se me olvidaba, la función tenía
un título premonitorio: Muertos de risa.
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