En
casa se ha instalado un virus que parece que no se quiere ir, así
que al cuarto día nos hemos ido a la consulta del médico. En la
puerta había tres señoras cariacontecidas que me han hecho pensar
que estaban en parecida situación. He facilitado a ambas la entrada
presionando el timbre adecuado y ni me han dedicado una sonrisa de
agradecimiento, ni nada parecido. ¡Qué modales!, he pensado para
mis adentros. Ya en el ascensor, íba con mi esposa, me he
ofrecido a subir a un cuarto piso andando, ya que no había espacio
para más de cuatro. He estado a punto de llegar primero, pero he
decidido que, por cortesía, ellas eran las primeras en llegar y a
ellas les correspondía el turno.
Efectivamente, he llegado el último
y allí me he encontrado a una sola de las señoras. ¡Hola!, he
dicho y tras un breve espacio de tiempo he oído una respuesta,
¡hola!, en un tono irónico. Era mi mujer. La otra, muda y tan mal
encarada como al principio. O está muy enferma o es poco cortés,
me he quedado con la duda. Dentro de la consulta, sin embargo, la he
oído hablar con soltura durante un buen rato, reírse con el médico
y mostrar un talante muy dicharachero. Es una maleducada, he dicho en
voz alta. ¿De qué hablas?, me pregunta mi mujer. Nada, estoy
hablando sólo, son cosas del catarro.
_____ o _____
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