Salió
el político a sembrar su buena nueva por los caminos del mundo.
Antes había recibido abundantes bienes llovidos del cielo terrenal,
la hacienda, y era hora de distribuirlos entre los mortales. Muchos
bienes cayeron en buen lugar, otros ligeramente desviados de sus
objetivos y algunos directamente en su bolsillo. Los primeros
arreglaron un poco el mundo, los segundos pasaron desapercibidos y
los últimos inexplicablemente cayeron en el pozo del olvido. Mas
quiso la diosa de la democracia que vigilaba desde el cielo que estos
hechos no se olvidaran del todo e hizo que el felón fuera
conocido como tal por todos sus coetáneos, que, en una inexplicable
pérdida de sentido común y de principios, no fueron capaces de
condenarlo definitivamente al ostracismo u otras cosas peores. ¡El
que quiera entender, que entienda!
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