15 feb 2016

Huir de los elogios

El día que el ñandú supo cómo se escribía su nombre sintió un ataque de orgullo personal. El pertenecía al noble grupo de seres que se escribían con “ñ”, una letra marginada en los teclados, inexistente en muchos alfabetos del mundo y de la que sólo unos pocos podrían presumir. Y desplegaba sus plumas de satisfacción al oírlo.
-Es una letra aristocrática, noble, elegante que va por el mundo cubierta con pamela -contaba.
-Apenas hay nombres propios que la lleven y menos como letra inicial -añadía.
Estos y otros piropos excitaron su vanidad y se hizo más de ver por los humanos, sus mayores aduladores. Menos mal que el día en el que un cazador despiadado le apuntó con su rifle de mira telescópica no perdió ni el sentido común ni su velocidad de huida, nada menos que 80 km/h, porque así pudo salvar de la ambición humana el pellejo, las plumas y hasta su sabrosa carne. La “ñ” le hubiera acompañado a la tumba por simple protocolo.
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