El
día que el ñandú supo cómo se escribía su nombre sintió un
ataque de orgullo personal. El pertenecía al noble grupo de seres
que se escribían con “ñ”, una letra marginada en los teclados,
inexistente en muchos alfabetos del mundo y de la que sólo unos
pocos podrían presumir. Y desplegaba sus plumas de satisfacción al
oírlo.
-Es
una letra aristocrática, noble, elegante que va por el mundo
cubierta con pamela -contaba.
-Apenas
hay nombres propios que la lleven y menos como letra inicial -añadía.
Estos
y otros piropos excitaron su vanidad y se hizo más de ver por los
humanos, sus mayores aduladores. Menos mal que el día en el que un
cazador despiadado le apuntó con su rifle de mira telescópica no
perdió ni el sentido común ni su velocidad de huida, nada menos que
80 km/h, porque así pudo salvar de la ambición humana el pellejo,
las plumas y hasta su sabrosa carne. La “ñ” le hubiera
acompañado a la tumba por simple protocolo.
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