El
ayuntamiento ha hecho un censo de pobres en el que figura Gustavo del
Curro, un indigente instalado en la Travesía de los Derechos
Humanos. Allí mendiga, duerme y da conversación a cuantos se le
acercan. Un día le preguntaron por ingresos y bienes.
-Las
limosnas, no más. Pero bienes tengo en abundancia, más que usted,
señorita -le dijo a la entrevistadora.- Que se sepa, tengo salud,
tiempo de sobra, sueños en los que malgastar toda mi fortuna y
amigos para conversar.
-¿Y
de que qué medios de vida dispone? -le insistió.
-De
mi corazón, de mis pulmones, de mi estómago, vista, olfato, oído...
Ellos me bastan para vivir.
La
entrevistadora no apuntó estas respuestas, tenía datos de sobra
para catalogarlo como indigente, sin casa y sin secuelas aparentes de
drogas o alcohol. Pero algo había que no encajaba en aquel perfil,
parecía un hombre sin necesidades aparentes. Bueno, una sí tenía.
-¡Eh!
,señorita, no se vaya -le pidió al despedirse-. ¿No quiere
quedarse a conversar conmigo?
_____ o _____
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