18 dic 2015

Níscalos

Se arrastró por el suelo, apoyándose en los codos y agachando la cabeza para que no le descalabraran las balas que silbaban por encima. Se había separado de sus compañeros y era claro que se encontraba en una situación comprometida. Las ráfagas de ametralladora sonaban cerca y era una temeridad intentar levantarse y huir. Lo mejor era esperar hasta que el enemigo buscara objetivos de tiro en otra dirección. Paralizado por el miedo, decidió quedarse inmóvil. Estaba muy cerca de la muerte y se acurrucó en la maleza. Al poco cesaron los disparos y se atrevió a abrir los ojos. Delante de sus narices, a su alcance, había una seta muy familiar para él, un lactarius deliciosus. Se le fueron los ojos y la mano tras ella, la limpió, olfateó y llevó a los labios. También cerró los ojos, pero no por sibaritismo. Una bala encontró el destino que buscaba desde hacía rato. 
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