Se
arrastró por el suelo, apoyándose en los codos y agachando la
cabeza para que no le descalabraran las balas que silbaban por
encima. Se había separado de sus compañeros y era claro que se
encontraba en una situación comprometida. Las ráfagas de
ametralladora sonaban cerca y era una temeridad intentar levantarse y
huir. Lo mejor era esperar hasta que el enemigo buscara objetivos de
tiro en otra dirección. Paralizado por el miedo, decidió quedarse
inmóvil. Estaba muy cerca de la muerte y se acurrucó en la maleza.
Al poco cesaron los disparos y se atrevió a abrir los ojos. Delante
de sus narices, a su alcance, había una seta muy familiar para él,
un lactarius
deliciosus. Se le fueron los ojos y la mano tras ella, la limpió, olfateó y
llevó a los labios. También cerró los ojos, pero no por
sibaritismo. Una bala encontró el destino que buscaba desde hacía
rato.
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