-El
mundo no es redondo –dijo la autoridad elevando el dedo índice al
cielo y desafiando a los presentes con su mirada.
-Sí -contestó el servilismo-, así es.
-Por
supuesto –asintió la sumisión-, no hay nada que discutir.
La
mansedumbre guardó silencio, sonrió la duda y la estulticia se
desparramó por la estancia hasta invadirlo todo. La rutina hizo
olvidar el pensamiento y la autoridad se infló tanto de satisfacción
que explotó dejando a la vista su simpleza.
Y
de nuevo el mecanismo se puso en marcha.
-El
alma es azul –afirmó la nueva autoridad en su discurso de
investidura.
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