Me
situé de espaldas al capitolio, alargué el brazo con el teléfono
móvil en la mano, ajusté el encuadre y me preparé para presionar
el botón, pero en aquel instante preciso hubo algo que me detuvo,
era un hombre que se acercaba por detrás. Hice de todos modos la
foto y me giré para controlar la situación. Respiré tranquilo,
había sido una falsa alarma, era un curioso inofensivo. Continué mi
deambular cansino de turista, sumergido en el bullicio de aquella
sociedad desconocida y, sin embargo, tan atractiva. Al anochecer
seguí las noticias de una televisión local sin entender una
palabra. No obstante, me pareció que se trataba de un programa en el
que el alcalde de la ciudad se camuflaba disfrazado entre la gente
para conocer mejor la realidad de su ciudad. Vi su imagen y no tuve
dudas, era el hombre de mi selfie mañanero. Se lo enseñé al
recepcionista del hotel, un portorriqueño parlanchín.
-¡Oh,
my brother! Tienes un premio de muchos dólares –exclamó-. La
emisora del programa se lo da a quien descubra al alcalde en acción.
Él
mismo hizo la gestión y en poco tiempo me vi envuelto en una
vorágine de cámaras, luces y entrevistas que me superaron por todos
los lados. Acabé el día con agujetas en la cara de tanta sonrisa
forzada y un cheque de 10.000 $ que me alegró y alargó la
estancia en el país.
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