20 nov 2015

Es que no soy nadie

En el día de mi cumpleaños recibí algunos regalos que me hicieron ilusión, aunque el más sorprendente fue el que me envió mi tío Juan, el pescador, nada menos que una barca desvencijada que sacó del puerto. He dicho que era un regalo para mí, pero mi familia no lo entendió así.
El primero en intervenir fue mi padre, que colocó una cadena en una de las cuadernas que quedaban al aire y la dejó atada a un árbol del jardín.
-Que ni se te ocurra echarla a flote -me avisó.
Mi madre me sugirió que podía dejarla en el exterior, como adorno.
-Con un poco de tierra encima y flores quedará muy bonita en el jardín.
Mi hermano mayor, después de mirarla un rato, me propuso un arreglo.
-La reparamos, la pintamos y nos vale para pescar en la bahía.
Hasta el perro pareció tener algún derecho, porque se acercó, levantó la pata y allí mismo marcó su territorio.
El caso es que nadie quiso saber mis intenciones y yo me sentí muy decepcionado. Así que saqué toda mi rabia de adolescente y durante la cena hablé alto y claro.
-Que nadie me toque la barca, que voy a estudiar náutica.
Todos se echaron a reír y desde entonces no me hablo con nadie. Y no voy a ceder. Mañana mismo pinto la bandera pirata en mi barca y la convierto en mi estudio para hacer las tareas de la escuela. Por lo menos los días que no llueva o haga frío. Van a saber quién soy yo.
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