11 nov 2015

Un despiste de Cupido

Estaba escrito que sus destinos tenían que converger tarde o temprano, tanto que hasta Cupido tenía ya un mandato para actuar de inmediato. Así que se apostó en un lugar idóneo, tomó una flecha del carcaj, armó el arco, tensó la cuerda y en el momento preciso disparó directo al corazón de él que, en un arrebato se hincó de rodillas frente a ella.
Pero Cupido sólo había hecho la mitad del trabajo, ya que necesitaba disparar una segunda flecha directa al corazón de ella. Y no pudo ser, porque no encontró el dardo apropiado en el carcaj vacío. Maldijo su falta de previsión y no pudo hacer nada por evitar lo que vieron sus ojos. Y es que ella, recién salida de un curso abreviado de Primeros Auxilios, creyó que el hombre postrado de hinojos, estaba sufriendo un ataque epiléptico y actuó según protocolo: Le metió el bolso en la boca y lo sujetó esperando las convulsiones. Un transeúnte solidario, recién salido de un gimnasio, le arreó un sopapo sonoro confundiéndole con un acosador. Y allí él, enfebrecido de amor, y ella, digna y confusa por lo acontecido, se vieron rodeados de curiosos que definitivamente quedaron confundidos del todo cuando el ubícuo Cupido arregló el desaguisado con un certero disparo de una flecha de calibre 25 mm parabellum que encontró sin mucho mirar. Nadie daba crédito a lo que sucedió a continuación, viendo a dos tórtolos que se deshacían en carantoñas y arrumacos sin fin. Los dejaron allí, ciegos de pasión y, mientras, Cupido se daba golpes de pecho por haber cumplido su tarea descuidadamente.
-Me he pasado... –se lamentaba.
Los dioses del Olimpo le abrieron expediente sancionador por uso de armamento desproporcionado.
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