Estaba
escrito que sus destinos tenían que converger tarde o temprano,
tanto que hasta Cupido tenía ya un mandato para actuar de inmediato.
Así que se apostó en un lugar idóneo, tomó una flecha del carcaj, armó el arco, tensó la cuerda y en el momento preciso disparó
directo al corazón de él que, en un arrebato se hincó de rodillas
frente a ella.
Pero Cupido sólo había hecho la mitad del trabajo,
ya que necesitaba disparar una segunda flecha directa al corazón de
ella. Y no pudo ser, porque no encontró el dardo apropiado en el
carcaj vacío. Maldijo su falta de previsión y no pudo hacer nada
por evitar lo que vieron sus ojos. Y es que ella, recién salida de
un curso abreviado de Primeros Auxilios, creyó que el hombre
postrado de hinojos, estaba sufriendo un ataque epiléptico y actuó
según protocolo: Le metió el bolso en la boca y lo sujetó
esperando las convulsiones. Un transeúnte solidario, recién salido
de un gimnasio, le arreó un sopapo sonoro confundiéndole con un
acosador. Y allí él, enfebrecido de amor, y ella, digna y confusa
por lo acontecido, se vieron rodeados de curiosos que definitivamente
quedaron confundidos del todo cuando el ubícuo Cupido arregló el
desaguisado con un certero disparo de una flecha de calibre 25 mm
parabellum que encontró sin mucho mirar. Nadie daba crédito a lo
que sucedió a continuación, viendo a dos tórtolos que se deshacían
en carantoñas y arrumacos sin fin. Los dejaron allí, ciegos de
pasión y, mientras, Cupido se daba golpes de pecho por haber
cumplido su tarea descuidadamente.
-Me
he pasado... –se lamentaba.
Los
dioses del Olimpo le abrieron expediente sancionador por uso de
armamento desproporcionado.
_____ o _____