El
rey cenaba en el castillo a la luz de un candelabro.
-¿Qué
es esto? –gritó llevándose la mano a la boca. Un lindo y largo
cabello apareció entre sus reales dedos.
-Maten
al dueño del pelo que ha osado profanar mi excelsa boca –ordenó.
De
inmediato el mayordomo se puso a temblar. En cierto modo él era el
causante de aquel incidente, puesto que había permitido a la bella
princesa hurgar entre los pucheros antes de que llegaran a la mesa.
Se lo explicó al Consejero Mayor del Reino y éste lo solucionó de
inmediato.
Al
día siguiente uno de los cocineros fue ejecutado en el cadalso y en
presencia del rey, que no pestañeó ni lo más mínimo, ni siquiera
ante el hecho de que el reo era completamente calvo. El mayordomo
permaneció mudo y cabizbajo, el alto consejero ni se inmutó. Estaba
convencido de que las arbitrariedades del monarca eran muy útiles
para mantener el orden.
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