El
sol castigaba los ojos del tío Machuca y ocurrió lo que debía
ocurrir, que estornudó de manera estruendosa. Pero no tardó en
soltar la exclamación de rigor.
-¿Sabes?
-le explicó-. Antiguamente se creía que en cada estornudo se
escapaba el alma. Por eso se exclamaba ¡Jesús!, para mantener la
integridad espiritual.
-Puedes
colocarte el pañuelo en la boca y así guardas tu alma en el
bolsillo, no pesa.
-Bueno,
es una costumbre.
-Ahora
nadie cree en esas patrañas.
-Ya,
el mundo está lleno de desalmados
-O
de microbios, que es lo único que has soltado tú.
-¡Ay!
¿Dónde quedan los mitos?
-En
tus narices, sólo en tus narices.
Y
siguieron caminando, el tío Machuca preocupado por si se le acercaba
un nuevo resfriado y el abuelo Simón enfurruñado en su lucha
permanente contra la superstición.
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