26 oct 2015

La hazaña

Jadeante y sudoroso llegué a la cumbre de un monte endemoniado que está al sur de mi ciudad. En los últimos metros adelanté a un hombre mayor, ya entrado en los 80, que caminaba con paso decidido, ayudado de un bastón con el que marcaba el paso. Ni me saludó. Ya en la cima observé el buzón,un cilindro metálico vertical con una puertita que se deslizaba hacia arriba y abajo, donde los montañeros federados aún hoy dejan su nombre como prueba de su esfuerzo. Allí disfruté de las vistas tratando de reconocer los lugares más familiares, otras cumbres que ya había pisado, el mar a lo lejos, las nubes que descansaban en el fondo de los valles, el...
Un estruendo horrible me desasosegó de repente. Era el anciano montañero que, llegado a la meta, agitaba fuertemente la puertita del buzón. Era su grito de triunfo, vamos, un decir aquí estoy yo con orgullo y poco miramiento hacia los que estábamos al lado. Yo me encogí de hombros, él giró la cabeza, me vio, se quitó unos auriculares, conectó con el mundo circundante y me saludó.
-Hola -me dijo-, subo una vez cada año desde hace 50.
-Un chaval -le respondí, viendo en él más ganas de vivir que otra cosa. Me sentí más animado para envejecer, lo reconozco.
_____ o _____