En
aquella escuela la maestra había dado con el truco para que los
niños no se alborotaran en los servicios. Había colocado una vieja
aceitera de tal manera que con la ayuda del sol que entraba a
raudales por la ventana proyectaba la sombra de un dragón
amedrantador que parecía quererse comer, sobre todo, a los niños,
los más traviesos.
-Hagan
sus cositas y vuelvan al aula -les decía a sus alumnos
maliciosamente-. Y no enfaden a mi amigo el monstruo.
NOTA
DE AUTOR:
Texto presentado en junio-2015
en el concurso Calendario
Microcuentista 2016,
del blog
Internacional Microcuentista - Revista de lo breve
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