-He
hecho sólo el bien -repetía en su cabeza una y otra vez.
-Sí,
has matado a enemigos que buscaban tu ruina, pero también a
inocentes que se encontraban en tu camino -le repetía la última
duda despistada que le quedaba en la memoria.
-He
defendido a mi país, por eso recibí honor y medallas -insistía
orgulloso- y es sabido que algunas consecuencias colaterales siempre
hay.
-Y
¿quién te dice que para lograr un bien hay que hacer el mal? -le
insistía la duda que aún no había conseguido disipar.
-Yo
sólo luché a muerte contra el enemigo.
-No,
no, ¡qué más quisieras!
-En
todo caso la culpa es de mis superiores. ¡Porque un soldado nunca
piensa, sólo obedece!
Y
aquel hombre, curtido en el humo de mil batallas, se quedó
aparentemente tranquilo, aunque la última duda que le quedaba en la
cabeza se aposentó para siempre en su conciencia.
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